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En Cristo resucitado se recopila todo el mundo divino y todo el mundo creado, humanidad y cosmos. Cristo no tiene necesidad de ser «completado», porque tiene ya el control de todo. Y no sólo esto: el cristiano, mediante el bautismo, participa también en el triunfo de Cristo muerto y resucitado; triunfo sobre la muerte, triunfo sobre el influjo de las fuerzas cósmicas y misteriosas, consideradas influyentes e importantes. Cristo suprime con su cruz la ley antigua y obliga a estas potencias creadas a seguir, sometidas, su cortejo triunfal. Se trata de una declaración solemne de que Cristo basta para la salvación, de que tras él las fuerzas cósmicas, ya sean espirituales o materiales, han sido subyugadas y ya no pueden perjudicar.
Está también el nombre de «apóstoles», es decir, «enviados»: primero los escoge para enviarlos después. Los llama a él para introducirlos en la masa: la vocación está dirigida a la misión. Unos son elegidos para todos. La separación de unos está destinada a la apertura a las multitudes.
Por último, después de estos preparativos, empieza Lucas aquí el «discurso de la llanura», el mismo que Mateo presenta como «discurso de la montaña». El gentío acude para escucharle y, también, para que los cure de sus enfermedades y los libere de «espíritus inmundos». La humanidad que sufre es la que se muestra más interesada en la acción del profeta de Nazaret. Jesús no es sólo un maestro, sino alguien que cura, un médico. Médico de todo el hombre, de su cuerpo atormentado y de su espíritu angustiado.
¿No será que estas fuerzas vuelven a emerger coincidiendo con el debilitamiento de la fe en el Señor Jesús? Pablo nos invita a no perdernos en disquisiciones ilusorias y a vivir «enraizados y cimentados» en el Señor Jesús, permaneciendo «firmes en la fe». No hemos de temer el sobresalto de fuerzas ocultas, signo de un mundo ya vencido, aunque no sometido aún del todo.
Empieza tú, hoy, a someterte tú mismo a Cristo, a considerarlo realmente tu Señor en todo momento, para que puedas participar en su triunfo sobre las «potencias cósmicas» que todavía puedan vagar, turbar y hacer sufrir a algunos de tus hermanos y hermanas. ¿Acaso no han sido los santos los que han llevado la paz, los que han combatido los miedos, los que han mantenido alejado el mal, los que han afirmado el pacificador señorío del Señor Jesús sobre toda fuerza amenazadora?
Concédeme el don del discernimiento para distinguir la realidad de las ilusiones, para sembrar paz a través de un diagnóstico correcto, para liberar del miedo. Pero, sobre todo, concédeme una renovada y reforzada confianza en el poder de tu cruz. Concédeme experimentar este poder luminoso antes que nada en mí, a fin de que yo sea luz. Para ello, haz morir en mí todas las oscuridades, aunque tenga que costarme mucho. Porque sólo quien está enraizado en la cruz consigue iluminar. Concédeme, Señor, la facultad de ayudar a quien esté paralizado por estos miedos señalándole los caminos de la paz.
Por eso os suplico que os abstengáis de semejantes falsedades, confiándoos a estas palabras: «Yo renuncio a ti, Satanás» como a un apoyo seguro. Y del mismo modo que ninguno de vosotros se atrevería a bajar a la plaza desnudo, tampoco debería hacerlo nunca sin haber pronunciado antes estas palabras en el momento en que está a punto de atravesar el umbral de su casa: «Yo renuncio a ti, Satanás, a tu vana ostentación y a tu culto, para adherirme únicamente a ti, oh Cristo». No debemos salir nunca sin haber enunciado antes este propósito: que será tu bastón, tu coraza, tu fortaleza inexpugnable. Y, junto con estas palabras, imprime también el sello de la cruz en tu frente (Juan Crisóstomo, Catequesis para neófitos 2,5).
Tienen que decir «no» a toda forma de fatalismo, derrotismo, accidentalismo e incidentalismo, que hacen creer a las personas que las estadísticas nos dicen la verdad. Tienen que decir «no» a toda forma de desesperación en las que la vida humana es vista como una pura cuestión de buena o mala suerte. Tienen que decir «no» a todos los intentos sentimentales de hacer que las personas desarrollen un espíritu de resignación o de indiferencia estoica frente a lo ineludible del dolor, el sufrimiento y la muerte [...]. Los líderes cristianos del futuro tienen que ser teólogos, personas que conozcan el corazón de Dios y que estén preparadas, por medio de la oración, el estudio y un análisis cuidadoso, para manifestar la tarea salvadora de Dios en medio de los acontecimientos aparentemente fortuitos de nuestro tiempo.
La reflexión teológica consiste en meditar sobre las penosas y gozosas realidades de cada día con la mente de Jesús y, de ese modo, hacernos conscientes de que Dios nos guía con cariño. Es una disciplina dura, puesto que la presencia de Dios es una presencia escondida, que necesita ser descubierta. Los ruidos fuertes, tempestuosos, del mundo nos dejan sordos para escuchar la voz suave, amable y amorosa de Dios. El líder cristiano está llamado a escuchar esa voz y a ser animado y consolado por ella (H. J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana, PPC, Madrid 1 994, pp. 70-73 passim).
12 de septiembre de 2017
MARTES DE LA 23ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
LECTIO
De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 2, 6-15
Hermanos: Puesto que ustedes han aceptado a Cristo Jesús, el Señor, vivan como verdaderos cristianos: permanezcan arraigados y cimentados en él, con fe firme, como se lo enseñaron a ustedes, y en continua acción de gracias.
Que nadie los vaya a engañar con teorías y razonamientos falsos, que se fundan en tradiciones meramente humanas y en valores de este mundo, pero no en Cristo. Porque en el cuerpo de Cristo habita toda la plenitud de la divinidad; e incorporados a él, que es la cabeza de todos los ángeles, también ustedes participan de su plenitud. Por su unión con Cristo, ustedes han sido circuncidados, no con una circuncisión hecha por mano de hombres, que consiste en el despojo de la carne, sino con la circuncisión que procede de él. Por el bautismo fueron sepultados con Cristo y también resucitaron con él, mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos.
Ustedes estaban muertos por sus pecados y no pertenecían al pueblo de la alianza. Pero él les dio una vida nueva con Cristo, perdonándoles todos los pecados.
Él anuló el documento que nos era contrario, cuyas cláusulas nos condenaban, y lo eliminó clavándolo en la cruz de Cristo. Con esto, Dios les quitó su poder a los principados y potestades y los humilló a la vista de todos, llevándolos cautivos en el cortejo triunfal de Cristo.
Se habla en nuestro texto de «potencias cósmicas» (v. 8) y de «principados y potestades» (v. 10) como entidades subyugadas por Cristo. Se trata de espíritus, de fuerzas personales, de poderes angélicos que, según algunas creencias difundidas, desarrollaban alguna función de mediación entre Dios y el mundo y ejercían cierto control en el orden cósmico. Pablo se opone a estas creencias, que hacen pasar por filosofía o se han apropiado algunos filósofos. La oposición de Pablo es en nombre de la suficiencia de Cristo para la salvación.En Cristo resucitado se recopila todo el mundo divino y todo el mundo creado, humanidad y cosmos. Cristo no tiene necesidad de ser «completado», porque tiene ya el control de todo. Y no sólo esto: el cristiano, mediante el bautismo, participa también en el triunfo de Cristo muerto y resucitado; triunfo sobre la muerte, triunfo sobre el influjo de las fuerzas cósmicas y misteriosas, consideradas influyentes e importantes. Cristo suprime con su cruz la ley antigua y obliga a estas potencias creadas a seguir, sometidas, su cortejo triunfal. Se trata de una declaración solemne de que Cristo basta para la salvación, de que tras él las fuerzas cósmicas, ya sean espirituales o materiales, han sido subyugadas y ya no pueden perjudicar.
Del santo Evangelio según san Lucas: 6, 12-19
Por aquellos días, Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles. Eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo y Tomás; Santiago, el hijo de Alfeo, y Simón, llamado el Fanático; Judas, el hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar del monte con sus discípulos y sus apóstoles, se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y Jerusalén, como de la costa, de Tiro y de Sidón. Habían venido a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; y los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados.
Toda la gente procuraba tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Los adversarios de Jesús maquinan contra él, y él prepara su respuesta, pensando y proveyendo a los continuadores de su obra apenas iniciada. Hemos de señalar, en primer lugar, la oración antes de la elección. A continuación, la libertad y la discrecionalidad de la elección. Está también el nombre de «apóstoles», es decir, «enviados»: primero los escoge para enviarlos después. Los llama a él para introducirlos en la masa: la vocación está dirigida a la misión. Unos son elegidos para todos. La separación de unos está destinada a la apertura a las multitudes.
Por último, después de estos preparativos, empieza Lucas aquí el «discurso de la llanura», el mismo que Mateo presenta como «discurso de la montaña». El gentío acude para escucharle y, también, para que los cure de sus enfermedades y los libere de «espíritus inmundos». La humanidad que sufre es la que se muestra más interesada en la acción del profeta de Nazaret. Jesús no es sólo un maestro, sino alguien que cura, un médico. Médico de todo el hombre, de su cuerpo atormentado y de su espíritu angustiado.
MEDITATIO
Las afirmaciones de Pablo son fuertes: sólo debemos poner nuestra confianza en Jesús, el Señor, que ha vencido y dominado a todas las fuerzas, más o menos reales, más o menos ocultas. Sin embargo, estas fuerzas parecen emerger de nuevo en la mentalidad corriente, bajo la forma de astrología, de búsqueda de magos, de remedios contra el mal de ojo y otras modalidades. Los misioneros están preocupados, en algunas iglesias jóvenes, por el renacer de la brujería, que reconquista antiguas posiciones que parecían ya abandonadas. Hasta en la conciencia de algunos creyentes existe la convicción de que en el mundo actúan fuerzas oscuras, misteriosas, sentidas a menudo como amenazadoras y peligrosas, que han de ser exorcizadas. Y se dirigen a personas dotadas de una «fuerza» especial para combatirlas.¿No será que estas fuerzas vuelven a emerger coincidiendo con el debilitamiento de la fe en el Señor Jesús? Pablo nos invita a no perdernos en disquisiciones ilusorias y a vivir «enraizados y cimentados» en el Señor Jesús, permaneciendo «firmes en la fe». No hemos de temer el sobresalto de fuerzas ocultas, signo de un mundo ya vencido, aunque no sometido aún del todo.
Empieza tú, hoy, a someterte tú mismo a Cristo, a considerarlo realmente tu Señor en todo momento, para que puedas participar en su triunfo sobre las «potencias cósmicas» que todavía puedan vagar, turbar y hacer sufrir a algunos de tus hermanos y hermanas. ¿Acaso no han sido los santos los que han llevado la paz, los que han combatido los miedos, los que han mantenido alejado el mal, los que han afirmado el pacificador señorío del Señor Jesús sobre toda fuerza amenazadora?
ORATIO
¿Qué hacer, oh Señor, ante el desconcierto de tantas personas que corren detrás de tantas fábulas, que se entregan a nuevas religiones, que se toman en serio la new age, que tienen miedo del mal de ojo y de los «maleficios»? A veces me parece que estoy inmerso en un mundo cada vez menos luminoso, donde hay fuerzas del mal que confunden las ideas, hacen sufrir, infunden temor y juegan con la credulidad de la gente.Concédeme el don del discernimiento para distinguir la realidad de las ilusiones, para sembrar paz a través de un diagnóstico correcto, para liberar del miedo. Pero, sobre todo, concédeme una renovada y reforzada confianza en el poder de tu cruz. Concédeme experimentar este poder luminoso antes que nada en mí, a fin de que yo sea luz. Para ello, haz morir en mí todas las oscuridades, aunque tenga que costarme mucho. Porque sólo quien está enraizado en la cruz consigue iluminar. Concédeme, Señor, la facultad de ayudar a quien esté paralizado por estos miedos señalándole los caminos de la paz.
CONTEMPLATIO
¿Qué piensas de aquellos que recurren a encantamientos y amuletos? ¿No conoces las obras extraordinarias que ha producido la cruz? ¡Ha destruido la muerte, ha derrotado al pecado, ha vaciado el infierno, ha debilitado el poder del demonio!Por eso os suplico que os abstengáis de semejantes falsedades, confiándoos a estas palabras: «Yo renuncio a ti, Satanás» como a un apoyo seguro. Y del mismo modo que ninguno de vosotros se atrevería a bajar a la plaza desnudo, tampoco debería hacerlo nunca sin haber pronunciado antes estas palabras en el momento en que está a punto de atravesar el umbral de su casa: «Yo renuncio a ti, Satanás, a tu vana ostentación y a tu culto, para adherirme únicamente a ti, oh Cristo». No debemos salir nunca sin haber enunciado antes este propósito: que será tu bastón, tu coraza, tu fortaleza inexpugnable. Y, junto con estas palabras, imprime también el sello de la cruz en tu frente (Juan Crisóstomo, Catequesis para neófitos 2,5).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es bueno con todos» (del salmo responsorial).PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La misión de los futuros líderes cristianos no es contribuir humildemente a la solución de las penas y tribulaciones de su tiempo, sino identificar y anunciar los caminos por los que Jesús está guiando al pueblo de Dios, liberándolo de la esclavitud, a través del desierto hacia la nueva tierra de la libertad. Los líderes cristianos tienen la difícil tarea de responder a los conflictos personales y familiares, a las calamidades nacionales y a las tensiones internacionales con una fe articulada en la presencia real de Dios.Tienen que decir «no» a toda forma de fatalismo, derrotismo, accidentalismo e incidentalismo, que hacen creer a las personas que las estadísticas nos dicen la verdad. Tienen que decir «no» a toda forma de desesperación en las que la vida humana es vista como una pura cuestión de buena o mala suerte. Tienen que decir «no» a todos los intentos sentimentales de hacer que las personas desarrollen un espíritu de resignación o de indiferencia estoica frente a lo ineludible del dolor, el sufrimiento y la muerte [...]. Los líderes cristianos del futuro tienen que ser teólogos, personas que conozcan el corazón de Dios y que estén preparadas, por medio de la oración, el estudio y un análisis cuidadoso, para manifestar la tarea salvadora de Dios en medio de los acontecimientos aparentemente fortuitos de nuestro tiempo.
La reflexión teológica consiste en meditar sobre las penosas y gozosas realidades de cada día con la mente de Jesús y, de ese modo, hacernos conscientes de que Dios nos guía con cariño. Es una disciplina dura, puesto que la presencia de Dios es una presencia escondida, que necesita ser descubierta. Los ruidos fuertes, tempestuosos, del mundo nos dejan sordos para escuchar la voz suave, amable y amorosa de Dios. El líder cristiano está llamado a escuchar esa voz y a ser animado y consolado por ella (H. J. M. Nouwen, En el nombre de Jesús. Un nuevo modelo de responsable de la comunidad cristiana, PPC, Madrid 1 994, pp. 70-73 passim).