1 Timoteo 2,1-8

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18 de septiembre de 2017

LECTIO DIVINA

Lunes de la XXIV semana del Tiempo ordinario

LECTIO

De la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo: 2,1-8

Te ruego, hermano, que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos
los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido.
Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro salvador, pues Él quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre Él también, que se entregó como rescate por todos.
El dio testimonio de esto a su debido tiempo y de esto yo he sido constituido, digo la verdad y no miento, pregonero y apóstol para enseñar la fe y la verdad.
Quiero, pues, que los hombres, libres de odios y divisiones, hagan oración donde quiera que se encuentren, levantando al cielo sus manos puras.
La consecuencia y la conclusión no pueden ser más que la alabanza. La conclusión de toda teología ha de ser también la doxología, la alabanza, el estupor admirado. No ha de ser el moralismo, sino la contemplación agradecida y exultante de una acción divina que tiende a usar de la misericordia y a salvar a los pecadores.
Pablo -bueno será recordarlo- había dejado a Timoteo a la cabeza de la comunidad de Éfeso, donde había trabajado en la evangelización desde el año 54 al 57, y a continuación había predicho la insurrección de hombres que enseñarían «para arrastrar a los discípulos detrás de ellos» (Hch 20,30). Ahora, en esta primera carta a Timoteo, tras haberle animado a participar «en este hermoso combate, conservando la fe y la buena conciencia» (l,18ss) contra los herejes, le recomienda «ante todo» la oración «por todos los hombres: por los reyes y todos los que tienen autoridad», porque Dios no excluye a nadie de la salvación. En el texto se manifiesta además el ansia del apóstol por el futuro cuando expresa el deseo de «que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna».

El carácter universal de la oración, cuya necesidad presenta Pablo de manera insistente, está motivado, pues, por la voluntad salvífica universal de Dios, único creador del universo, como único es el mediador que reconcilia a todos los seres humanos entre sí y con Dios, redimiéndolos con su sangre. Ahora bien, la voluntad de Dios ni es absoluta ni está predeterminada. Está, en cierto sentido, «condicionada» a la libre determinación humana, que puede acoger o rechazar el don de Dios. Y en virtud de ese riesgo ínsito en la libertad humana es necesaria, por consiguiente, la oración. Por otra parte, la oración litúrgica tiene, en la comunidad cristiana, junto a un valor esencial, una importancia unificadora, expresada en el v. 8, antes incluso de tratar sobre los ministerios y su valor en la Iglesia.

Del santo Evangelio según san Lucas: 7, 1-10

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar a la gente, entró en Cafarnaúm. Había allí un oficial romano, que tenía enfermo y a punto de morir a un criado muy querido. Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, le envió a algunos de los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: "Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga". Jesús se puso en marcha con ellos.
Cuando ya estaba cerca de la casa, el oficial romano envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte. Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, aunque soy un subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes y le digo a uno: 'ye, y va; a otro: ¡Ven!', y viene; y a mi criado: ¡Haz esto!', y lo hace".
Al oír esto, Jesús quedó lleno de admiración, y volviéndose hacia la gente que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande". Los enviados regresaron a la casa y encontraron al criado perfectamente sano.
El tercer evangelio presenta al centurión como alguien «temeroso de Dios», semejante al centurión de Hch 10,2. En la versión de Mateo parece mejor conseguida la espontaneidad del encuentro (es el centurión mismo quien habla a Jesús), mientras que en Lucas se comunica a través de intermediarios. La versión lucana subraya más la humildad del centurión que su fe. Según Mateo, el siervo era paralítico (cf. 8,6). Lucas, por su parte, no recuerda este particular y dice que está a punto de morir (cf. 7,2). Por otra parte, es un dato esencial para la historia sinóptica que el centurión no fuera judío, aunque como un prosélito había contribuido económicamente a la construcción de la sinagoga. De todos modos, se declara indigno de recibir a Jesús bajo su techo y, al mismo tiempo, manifiesta una gran fe en el poder de Jesús, un poder que considera absoluto y sin límites.

A propósito del v. 9: mientras los judíos alaban las buenas obras del centurión, Jesús alaba su fe. Lucas ha colocado este relato inmediatamente después del discurso dirigido por Jesús a los discípulos porque el Maestro quiere revelar ahora la eficacia de su Palabra para quien la acoge con confianza y humildad. Toda la atención del pasaje está concentrada en el diálogo entre Jesús y los enviados del oficial pagano, y culmina con la proclamación de Jesús en el v. 9. En las palabras de los amigos, más allá del riesgo de impureza legal en que hubiera podido incurrir Jesús, se exalta la autoridad y la eficacia de la Palabra del Maestro.

Por consiguiente, con la pequeña comparación tomada de la jerarquía y la disciplina militar, se muestra la confianza en la fuerza y la eficacia de la palabra de alguien que puede mandar a la enfermedad, incluso sin estar presente.

MEDITATIO

La liturgia de la Palabra nos enseña hoy, en primer lugar, la importancia de la oración litúrgica, oración de la Iglesia por «.lodos los hombres», en particular por aquellos que ejercen el poder, a fin de que estén al servicio de la tranquilidad social. Dios Padre «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». La salvación es conocimiento de la verdad (cf. 2 Tim 2,25; 3,7). Cristo, testigo del Padre con su vida, lo fue en grado supremo con su muerte. El siervo del centurión -señala Lucas- estaba enfermo y a punto de morir. Jesús, con la autoridad que le viene de la obediencia al Padre hasta la muerte en la cruz, le libera de la muerte, le cura (cf. 7,10). La fe humilde del centurión se encuentra con la Palabra autorizada de Jesús, su conciencia de pobreza con la Palabra eficaz del Maestro. Y la confianza del oficial pagano media en la curación de su criado.

La oración litúrgica, recomendada en la primera lectura, intercede, dondequiera que se encuentre la Iglesia, junto al mediador Jesucristo y cura de las iras y de las contiendas, para «que podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna». El conocimiento de la verdad se convierte entonces en salvación integral de la persona, que en su vida diaria da testimonio de una vida colmada de piedad y transparente de dignidad humana, una dignidad madurada por su conciencia cristiana.



ORATIO

Oh Padre, liberador poderoso y guía seguro de nuestra historia, concédenos a través del hombre Jesucristo, muerto y resucitado en rescate por todos, reconocer los signos de tu Palabra incluso en las condiciones a veces paganas de nuestra vida cotidiana y social. Haznos capaces de recibir tu visita, de experimentar y dar testimonio de la eficacia curadora de la Palabra de nuestro único Maestro y Señor. Haznos comprender que la eficacia de la Palabra de Cristo se debe a su obediencia a tu voluntad, porque tú y él sois «una sola cosa». Y que, curados cada día por la Palabra tuya y suya, podamos ser testigos gratos y alegres de aquella fe que hace «levantar al cielo manos limpias».



CONTEMPLATIO

La naturaleza ha engendrado iguales a los hombres; sin embargo, en virtud de la diversidad de méritos y de tareas, un oculto designio ha sometido unos a otros. Ahora bien, esta diversidad, que fue añadida a causa de la culpa, ha sido sabiamente ordenada por el juicio divino a hacer que, por no estar todos en condiciones de recorrer de modo justo el camino de la vida, unos pudieran ser guiados por otros. Sin embargo, los santos, cuando están puestos en lo alto, no miran a la potestad jerárquica que hay en ellos, sino a la igualdad de la condición humana, y no les gusta presidir, sino ayudar a los hombres [...]

Cuando no tienen que corregir ninguna culpa, no se complacen en estar arriba en el poder, sino en ser iguales en la condición humana; y no sólo huyen de ser temidos, sino hasta de ser honrados más de lo debido. Y, en efecto, consideran que padecen un daño no leve en su humildad si se dan cuenta de que son estimados en más a causa del puesto que ocupan. Ésa fue la razón por la que el primer pastor de la Iglesia, al ver que se le rendía un honor excesivo cuando Cornelio se echó a sus pies para adorarlo, apeló de inmediato a la paridad de la condición y dijo: «¡Levántate, que también yo soy un hombre!» (Hch 10,26). ¿Quién no sabe, en efecto, que el hombre debe postrarse ante su Creador y no ante hombre alguno? (Gregorio Magno, cit. en Crescere nella fede, Magnano 1966, p. 99).



ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no soy digno de que entres en mi casa; pero basta una palabra tuya, para que mi criado quede curado» (Lc 7,6b.7b).



PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La fe absoluta nace de la experiencia de nuestra propia incapacidad para alcanzar la plenitud del ser sin la ayuda de la Palabra de Jesús. Esta constatación da ánimos a nuestro corazón para ir más allá de las obras posibles a nuestras capacidades humanas, más allá de los límites de nuestra confianza humana, más allá de los datos de nuestra razón natural y de nuestra experiencia normal, para echarnos, con un acto de confianza ilimitada, en los brazos de Jesús. «Yo no soy digno de que entres en mi casa, por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a ti, pero basta una palabra tuya para que mi criado quede curado» (Lc 7,6ss). La apertura total a la Palabra de Jesús debe renovar todo en la vida cristiana: la vida privada y la pública, el trabajo y los negocios, las amistades y las hostilidades, el pensamiento y la acción. Todo debe ser reevaluado en virtud de la Palabra y por la Palabra de Jesús. Y es que la dimensión cristiana no es el hombre más una serie de ideas procedentes del cristianismo, sino que es el hombre nuevo, el hombre nacido de Dios que, al liberarse de todo lo que nace de la carne, de la voluntad, de los deseos humanos, pasa de la dimensión humana a la de los hijos de Dios.

El episodio del centurión nos dice que, si queremos alcanzar la fe absoluta, debemos estar ante Jesús como la tierra de labor, aue se ofrece toda ella al sol y al cielo para que los gérmenes de vida que guarda puedan dar su fruto (G. Vannucci, La vita senza fine, Cemusco s.N. 1991, pp. 143ss).