Mateo 22, 15-21

Lectio divina de Mateo 22, 15-21

Oración inicial

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

Lectio

Del Evangelio según san Mateo 22, 15-2

En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo de que pudieran acusarlo.

Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces, junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran: "Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?". Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó: "Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñenme la moneda del tributo".

Ellos le presentaron una moneda. Jesús les preguntó: "¿De quién es esta imagen y esta inscripción?". Le respondieron: "Del César". Y Jesús concluyó: "Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Vuelve a leer detenidamente el texto y pregúntate: ¿Qué dice el texto? ¿Cuáles son las palabras o frases o actitudes que atraen tu atención, tu interés?

Meditatio

En el marco de una creciente polémica contra Jesús, los fariseos, hostiles a la ocupación romana, aliándose con los herodianos, favorables a la misma, le dirigen una pregunta no sincera, sino capciosa. Eso sí, de una manera aparentemente humilde y previa una “captatio benevolentiae” : “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas”. He aquí la pregunta: “¿Es lícito pagar impuestos al César? ” Si respondía que sí, lo podían acusar de colaboracionista de los romanos y así se malquistaba con el pueblo. Si respondía que no, podía ser acusado de rebelde a las autoridades romanas.

Jesús se da cuenta en seguida de su intención tramposa e hipócrita. Haciendo hincapié en la imagen del emperador que estaba grabada en las monedas de la época, dice: “Den al César lo que es del César”, pero añadiendo: “y a Dios, lo que es de Dios”.

Jesús, junto con sus discípulos, pagaba los dracmas del impuesto (cf Mt 17, 24s). Se puede decir que él era y enseñaba a sus discípulos a ser buenos ciudadanos, siendo a la vez fieles en el ámbito religioso.

En plena consonancia con Jesús, San Pablo recomienda a los cristianos: “Todos deben someterse a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios y las que existen han sido establecidas por él… Es necesario someterse a la autoridad, no solo por temor al castigo sino por deber de conciencia. Y por eso también, ustedes deben pagar los impuestos: los gobernantes, en efecto, son funcionarios al servicio de Dios encargados de cumplir este oficio. Den a cada uno lo que le corresponde: al que se debe impuesto, impuesto… al que se debe respeto, respeto; y honor a quien le es debido” (Rom 13, 1. 5-7).

Lo que Jesús nos enseña es que debemos dar a Dios lo que es de Dios, además de dar al César lo que le pertenece. Cuando hubiera que optar por obedecer al César o a Dios, no cabe duda: Dios es superior al César. Nuestra obediencia al César no es omnímoda. Ni el dinero ni el César han de ser considerados “dioses”, ni hay que rendirles culto. Dios es el único Dios.

Es difícil conjugar lo civil y lo religioso, ser “honestos ciudadanos y buenos cristianos”, como repetía Don Bosco. A lo largo de la historia hubo diversas formulaciones, a veces inadecuadas, de la relación ciudadano-cristiano.

Así, el “cesaropapismo” hizo que la autoridad política invadiera el terreno religioso. Por su parte, los pastores de la Iglesia intervinieron a veces excesivamente en el terreno económico y político. Según Jesús, no hay ni disyuntiva exclusivista ni mezcla entre los dos campos, el del César y el de Dios. No se debe sacralizar el poder político, pero tampoco politizar la misión eclesial. Por desgracia, las dos desviaciones han ocurrido con frecuencia.

En la época moderna se ha conseguido en muchos lugares una sana separación entre Iglesia y Estado, mediante concordatos más o menos estables, sellando una relativa autonomía de los dos campos. Con todo, siguen pendientes varios temas que tienen que ver con el binomio César y Dios, tales como: moral sexual, los problemas del aborto o el divorcio o la eutanasia o la homosexualidad, las formas de constituir una familia, etc.

Lamentablemente, la máxima “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” fue a menudo entendida en forma simplista, como si se tratara de dominios separados; y entonces, por ej, se pudo decir: “El cura en la sacristía y el político en las Cámaras o en el Ejecutivo”. Pero no se trata de dos funciones opuestas.

El poder político viene de Dios, pero Dios quiere que los hombres y los pueblos organicen su convivencia según su propia responsabilidad. El Concilio Vaticano II sostiene: “La comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios, aun cuando la determinación del orden político y la designación de los gobernantes se dejen a la libre designación de los ciudadanos” (GS 74). El Concilio afirma también que es absolutamente legítima la autonomía de la realidad terrestre: “Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía” (GS 36).

Con respecto a la Iglesia Católica, así se expresa el Concilio: “Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no solo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una significación mucho más profundos. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre y a su historia “ (GS 40).

Entonces, “el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época… No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo, falta, sobre todo, a sus obligaciones con Dios y pone en peligro su eterna salvación” (GS 43).

Entre las obligaciones temporales del cristiano se destaca el pago de los impuestos. Pagar lealmente los impuestos, para un cristiano (como para toda persona honrada) es un deber de justicia y por lo tanto un deber de conciencia. El Estado, en efecto, gracias a la recaudación fiscal garantiza el orden, el comercio y los demás servicios sociales; por lo mismo tiene derecho a una contrapartida, precisamente para seguir prestando tales servicios. El Catecismo de la Iglesia Católica tacha como moralmente ilícito el fraude fiscal, considerándolo un robo (n. 2409). Cuando el fraude fiscal alcanza ciertas proporciones es similar a cualquier robo grave. Es un robo hecho, no al Estado, sino a la comunidad, es decir, a todos. Esto supone naturalmente que el Estado sea justo y equitativo al imponer los impuestos.

La colaboración de los cristianos en orden a una sociedad justa y pacífica no se agota, ciertamente, con el pago de los impuestos. Debe extenderse también a la promoción de valores comunes, como la familia, la defensa de la vida, la paz, la solidaridad con los pobres.

“Dar al César lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Por lo tanto, no hay que dar al César lo que es de Dios. Al César, en consecuencia, no es lícito dar, sacrificar, la vida de las personas. Según la enseñanza reiterada de Jesús, los pobres son de Dios, los pequeños son sus predilectos: a ellos les pertenece el reino de Dios. Entonces “nadie ha de abusar de ellos. No se ha de sacrificar la vida, la dignidad o la felicidad de las personas a ningún poder. Y, sin duda, ningún poder sacrifica hoy más vidas y causa más sufrimiento, hambre y destrucción que esa dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano que, según el papa Francisco, han logrado imponer los poderosos de la Tierra. No podemos permanecer pasivos e indiferentes acallando la voz de nuestra conciencia en la práctica religiosa” (Antonio José Pagola).

También a la vivencia del domingo semanal podemos aplicar la máxima “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Es bueno que “demos al César”, a lo humano, a los valores familiares y lúdicos, al descanso corporal y psíquico lo que se les debe. Pero, a la vez, no podemos descuidar lo que le “debemos a Dios”, porque para los cristianos el domingo es el día de la creación, el día de Cristo Resucitado, el día del Espíritu Santo que en Pentecostés bajó sobre la comunidad eclesial llenándola de vida. Es el día de la reunión comunitaria para celebrar la Eucaristía. Sobre todo en este día lo humano y lo espiritual han de estar juntos, en armonía: lo humano bendecido por lo cristiano, y lo cristiano acompañado gozosamente también por lo humano.

Siguiendo el mensaje de este texto, ¿Cuál es tu meditación, tu reflexión personal?

Oratio

Señor, te doy gracias porque iluminas mi vida con tu palabra, pues me indicas por donde ir, como actuar...

Te pido perdón por tantas ocaciones en que te he sacado de mi vida, olvidando que mi mida es tuya, perdón por ser católico solo en la misa y el resto del tiempo me comporto como quien no te conoce...

Quiero Señor, a partir de hoy, que me transformes y me guies por el camino que tu quieras, pues eres mi Señor y mi vida te pertenece. Que no haya ninguna parte de mi vida que tu no gobiernes, pues soy tuyo, tuyos son mi trabajo, mi descanso, mis aficiones, mi vida política, mi dinero, mis capacidades, mis proyectos, mis tristezas, mis alegrías...

Siguiendo el mensaje de este texto, ¿qué le quieres decir al Señor con tus propias palabras?

Contemplatio

Selecciona una frase que te ayude a interiorizar la Palabra de Dios:

«Den a Dios lo que es de Dios»

La repetimos varias veces durante el día para interiorizarla.
Quédate impresionado, fascinado, en silencio, en calma. Déjate animar por el ardor de la Palabra, como quien recibe el calor del sol.
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Actio

¿A que me comprometo con Dios?
Siguiendo el mensaje de este texto, ¿Cuál es la acción concreta que te invita a realizar?
Hoy me comprometo a vivir de acuerdo a tu palabra, cumplir con mis obligaciones civiles, pero siempre subordinándolas a tu voluntad.