Colosenses 3, 12-17

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14 de septiembre de 2017

JUEVES DE LA SEMANA XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTIO

De la carta del apóstol san Pablo a los colosenses: 3, 12-17

Hermanos: Puesto que Dios los ha elegido a ustedes, los ha consagrado a Él y les ha dado su amor, sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todas estas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión.
Que en sus corazones reine la paz de Cristo, esa paz a la que han sido llamados como miembros de un solo cuerpo. Finalmente, sean agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Enséñense y aconséjense unos a otros lo mejor que sepan. Con el corazón lleno de gratitud, alaben a Dios con salmos, himnos y cánticos espirituales, y todo lo que digan y todo lo que hagan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dándole gracias a Dios Padre, por medio de Cristo.
Pablo nos dice que nos despojemos del hombre viejo y de sus acciones y nos revistamos del hombre nuevo. Y nos invita a revestirnos del hombre nuevo en nuestra conducta cotidiana y nos traza el perfil de este hombre. Nos presenta toda una serie de virtudes «sociales», modalidades de la única virtud de la caridad.

Los cristianos tienen que reproducir los ejemplos de Cristo: de este modo, el cuerpo de Cristo, formado por los cristianos, vivirá en paz. Este cuerpo se manifiesta sobre todo en las asambleas litúrgicas, en las que ha de circular de manera abundante la Palabra de Cristo, a la que ha de hacer eco la palabra de los fieles, en un clima de alegría, de reconocimiento, de gratitud. No cabe duda de que Pablo tiene aquí presentes las fervorosas celebraciones litúrgicas en las que los ánimos de las pequeñas comunidades cristianas se fundían en «salmos, himnos y cánticos inspirados», bajo el influjo de los carismas, y en las que las palabras de adoctrinamiento y de amonestación recíproca representaban un importante elemento de edificación.

«Hacedlo todo en nombre de Jesús» (v. 17): Jesús es ahora el ambiente vital en el que se desarrolla la existencia del cristiano. Éste es guiado por la Palabra y por los ejemplos de Jesús, está animado por su Espíritu, forma parte de su cuerpo y actúa en su nombre, convirtiendo su propia vida en una continua acción de gracias a Dios por la extraordinaria novedad de las perspectivas abiertas por el mundo en el que estamos inmersos.

Del santo Evangelio según san Lucas: 6, 27-38

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.
Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos".
Y aquí se produce la inversión de las posiciones. El rico Epulón padece hambre y Lázaro lo tiene todo. La felicidad y la infelicidad han invertido sus posiciones. Se trata de una invitación enérgica al desprendimiento de todo lo que pasa, para apostar por el Todo que no pasa, por el Reino, por el Futuro de Dios, por la eternidad. Todo el que goce de los bienes de la tierra y de la abundancia debe preguntarse hasta qué punto no es prisionero de esos bienes. Quien esté absorbido por los bienes que pasan debe preguntarse qué será de él si no piensa también en «acumular» los bienes que no pasan.
Tras el desprendimiento de los bienes, he aquí el desprendimiento de uno mismo para estar en condiciones de hacer mejor este mundo. Jesús lo propone del modo menos propagandístico posible: eres tú quien debe cambiar, tú y tus sentimientos, tú y tus actitudes, tú y tu modo de situarte frente a los otros. Tú y no tu enemigo, tú y tu corazón, que debe ser libre de amar a todos.

El texto parece haber sido redactado en tres estrofas, para ser bien memorizado. La primera (w. 27b-31) orienta a hacer el bien, a bendecir, incluso a orar por los que hacen lo contrario. La segunda estrofa muestra que es preciso superar el principio de reciprocidad (w. 32-35): debo hacer el bien aunque los otros no hagan lo mismo conmigo. La tercera estrofa (w. 37ss) nos proyecta hacia la recompensa eterna.

El conjunto es difícilmente aceptable por el simple sentido común y por la mentalidad de la persona comprometida en la lucha por la vida, porque parece que desarma, parece que invita a combatir desarmado. Ahora bien, el presupuesto de todo el discurso es que puede amar aquel que se siente amado. Y puede amar de una manera decididamente extraordinaria aquel que se siente amado por Dios de un modo extraordinario. Y está también la certeza de que del mismo modo que tratemos a los otros seremos tratados nosotros por el Padre en el Reino. Se nos vuelve a llevar siempre al principio de lodo y al final de todo.



MEDITATIO

Una persona renovada y liberada es libre de amar y, por consiguiente, de construir el milagro de la fraternidad. La epifanía de la liberación interior ya acaecida, la demostración de la transformación llevada a cabo por la inmersión en el misterio pascual, es la tensión que nos impulsa a construir la fraternidad. La renovación interior tiene su verificación en la renovación de las relaciones humanas impresa en la fraternidad. Pablo, como todo el Nuevo Testamento, retoma incansablemente este tema, lo representa continuamente en diferentes formas, proporcionando múltiples y variadas sugerencias, como múltiples y variadas son las ocasiones de ejercitar el amor fraterno. Un amor que abarca toda la vida de relación, todos los momentos y las circunstancias en que debo entrar en contacto con los otros. Un amor que es una «cualidad» que caracteriza mi relación con los otros.

Hoy estoy invitado a preguntarme sobre mi capacidad de soportar y de perdonar, sobre mi capacidad de mostrarme agradecido por el bien que recibo, sobre mi disponibilidad a fundir mi canto con el de quien me importuna, me detesta, me hace daño. Todavía no es todo, pero ya es mucho: hoy debo partir de aquí, porque ésta es la contribución que puedo hacer en este momento a la transformación del mundo.



ORATIO

Veo, Señor mío, que hablo mucho de fraternidad, pero en la vida cotidiana me quedo en los planos generales, sin descender a lo concreto de las cosas pequeñas de los que se compone esta maravillosa realidad. Aquí somos grandes en las cosas pequeñas, aquí nos mostramos activos cuando soportamos, aquí hacemos vivir cuando estamos dispuestos a morir.

Ayúdame, Señor, a descubrir lo concreto de la caridad que construye la realidad cristiana por excelencia: la fraternidad. Abre mis ojos para que mis palabras se vean seguidas siempre de acciones concretas. Sé que probar a ser hermanos no es una empresa exaltante, en el sentido de la ostentación, y sé también que no siempre el trabajo da sus frutos. Pero éste es tu mandamiento principal, éste es el signo distintivo que has dejado a los tuyos. Por eso debo empeñarme en hacer crecer la fraternidad, la flor más bella que alegra y perfuma la existencia humana.



CONTEMPLATIO

En un edificio, cada piedra carga con la otra porque cada piedra se apoya en la otra. Así, precisamente así, sucede en la santa Iglesia, donde cada uno lleva y es llevado por otro. Nos apoyamos recíprocamente, a fin de que, mediante la aportación de todos, se levante el edificio de la caridad. En efecto, si yo no intento soportaros a vosotros y vosotros no intentáis tolerar mi modo de vivir, ¿cómo puede surgir el edificio de la caridad entre nosotros, ese edificio en el que mediante la paciencia estamos unidos por el amor recíproco?

Como hemos dicho, en el edificio de la Iglesia, la piedra que sirve de soporte es soportada a su vez, porque del mismo modo que yo soporto la conducta de aquellos que se muestran todavía un poco toscos en el trato, así también fui yo tolerado por aquellos que me precedieron en el temor del Señor y me llevaron para que yo aprendiera a llevar a los otros. Ahora bien, el fundamento carga con todo el peso del edificio, y éste es nuestro Redentor, que carga por sí solo con todo el fardo que suponemos todos nosotros.

El fundamento sostiene las piedras y no es sostenido por ellas, porque nuestro Redentor soporta todos nuestros defectos, pero en él no hay defecto alguno que tengamos que soportar. Sólo él soporta nuestras costumbres y nuestras culpas, sólo él carga con todo el edificio de la santa Iglesia (Gregorio Magno, Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel, lib. II, 1, 5).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian» (Lc 6,27).



PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hoy no está muy de moda el elogio de la paciencia, pero de la escasa estima cíe esta virtud y de su reducida práctica proviene la disgregación de los grupos, incluso de los más sólidos, como son la familia y las comunidades religiosas. Cuando no estamos dispuestos a tener paciencia, nos vemos obligados a asistir al declive de la solidaridad y de la cohesión de la fraternidad.

Tener paciencia no es, ciertamente, fácil, sobre todo para quienes creen firmemente en el mito de la eficacia o se sienten más positivamente preocupados por la buena marcha de las cosas y de la misión. A estas personas la paciencia puede parecerles una pérdida de tiempo que fomenta la pereza del prójimo o, también, que significa renunciar a dar lecciones de pedagogía a personas que «deben crecer».

San Gregorio Magno, que conocía perfectamente los entresijos del corazón humano, afirmaba: «También nosotros podemos ser mártires si conocemos verdaderamente la paciencia del corazón. La victoria sobre nosotros mismos, por amor a los hermanos, nos vale la gloria del martirio».

Aludía, por cierto, a las pruebas de la vida cotidiana, que en ocasiones guardan un gran parecido con el martirio: en esa vida hay que soportar a veces a personas extravagantes o sencillamente insensatas, personas que parecen disfrutar haciéndonos sufrir; soportar, en otras ocasiones, actitudes humillantes de prepotencia, afrentas mordaces, complicaciones que parecen confabularse todas ellas para fastidiarnos; o injusticias manifiestas, calumnias humillantes o, más simple y frecuentemente, la tan conocida rutina de cada día, monótona, gris, uniforme y descolorida.

La paciencia brota también cuando nos damos cuenta de las dificultades por las que atraviesa el que está ¡unto a nosotros, el que está tentado, probado y acosado quizás por heridas antiguas, por estados de ansiedad, por frustraciones que surgen de vez en cuando y hacen difícil la vida, primero a él y después a nosotros.

Quien está movido por la fortaleza cristiana intuye, comprende, tiene paciencia y no se maravilla, sino que aporta, con el garbo de un hermano afectuoso, la ayuda que le es posible ofrecer en ese momento (P. G. Cabra, Para una vida fraterna. Breve guia práctica, Sal Terrae, Santander 2000, pp. 60-61).