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La palabra clave que une al hijo con la madre -y después a los discípulos de él - es «obediencia» (v. 8). Cristo obedece en todo al Padre: su alimento es cumplir la voluntad del Padre; la voluntad del Padre envuelve toda la existencia humana, cubierta asimismo por Jesús de alegrías y dolores, encaminada por él a la muerte y a la resurrección. También María se dispone a obedecer a la voluntad de Dios, poniéndose a su disposición cual sierva del Señor, cuya Palabra pretende cumplir. La Palabra la conduce a lo largo de las etapas de un camino de dolor: una via matris dolorosae.
Indudablemente, la imagen de la espada que traspasa el alma se plasma en un corazón traspasado; algunos acontecimientos evangélicos confirman una especie de preanuncio de sufrimientos y dolores que habrían hecho sufrir al corazón de la madre. Sin embargo, el sustantivo «espada» que traspasa remite a Heb 4,12: allí la espada representa la Palabra de Dios. También la palabra fatigosa, pero obedecida por Jesucristo, hijo de Dios y de María, es igualmente obedecida por su Madre, convertida asimismo por esa fatigosa obediencia en la Dolorosa.
Se propone también como lectura Col 1,18-24, que es el repetido buen anuncio -«Evangelio»- de la reconciliación mediante la muerte de Cristo, al que puede asociarse todo discípulo completando en su propia carne lo que falta a su pasión: María es la primera que, sufriendo con su hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del salvador (cf. Lumen gentium 61).
Se propone, por último, el texto de Jn 19,25-27, fuente esencial para el desarrollo del recuerdo del dolor de María, confiada también como «dolorosa» al discípulo amado (no sólo el autobiógrafo Juan, sino todo el que sigue con un amor fiel a Cristo a todas partes), el cual «la tomó consigo», o sea, acogió la belleza de su estilo de discipulado y proximidad no exentos de encrucijadas de dolor.
El soporte para la meditación es generoso: una generosidad que no es extraña a la convicción o al menos a la sensación de la importancia de un tema y una realidad tan sensiblemente humana como es el dolor. El mensaje abierto por la Palabra bíblica confirma la subsistencia del dolor en la historia individual y colectiva de la humanidad, pero anuncia que el dolor habita también en el mundo divino, asumido en la encarnación por el mismo Hijo de Dios, Jesucristo, y compartido por su madre, una mujer en parte común y en parte singular como María. Mediante su experiencia de dolor, el dolor humano puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y servicio de amor.
Madre de los discípulos, sé tú la imagen conductora en nuestro compromiso de servicio; enséñanos a permanecer contigo junto a las infinitas cruces donde todavía sigue siendo crucificado tu Hijo; enséñanos a vivir y a atestiguar el amor cristiano, acogiendo en cada hombre a un hermano; enséñanos a renunciar al opaco egoísmo para seguir a Cristo, única luz del hombre. Virgen de la pascua, gloria del Espíritu, acoge la oración de tus siervos.
Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Le 9,23; cf. Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres nada naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes [...].
En presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo (H. M. Moons, Con Mana accanto alia croce, Roma 1992, 19ss).
15 de septiembre de 2017
LECTIO DIVINA
Nuestra Señora la Virgen de los Dolores
La devoción a la Virgen de los Dolores se remonta a los primeros años del segundo milenio, como desarrollo de la «compasión» con María ¡uxta crucem Jesu. Esta devoción fue formulada litúrgicamente en tierras germanas, concretamente en Colonia, el año 1423. Sixto IV insertó en el misal romano la memoria de Nuestra Señora de la Piedad. La atención hacia María «dolorosa» se fue desarrollando gradualmente en la forma de los Siete Dolores, representados en las siete espadas que traspasan el corazón de la madre de Cristo. La extensión a la Iglesia latina en 1727 fue favorecida por los Siervos de María, que la celebraban desde 1668. La colocación en el 15 de septiembre se remonta a Pío X (1903-1914). En el calendario litúrgico de 1969 se la denomina memoria de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores. LECTIO
Primera lectura: Hebreos 5,7-9
7 El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente,
9 y precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a través del sufrimiento.
Esta breve perícopa es, evidentemente, cristológica. El contexto subraya la filiación divina y la identidad sacerdotal de Cristo. Es también hijo de María el hijo de Dios que no fue eximido de la muerte ni de los padecimientos, sino que a través de ellos se hizo perfecto y se convirtió en causa de salvación. La muerte y los padecimientos son herencia de toda persona humana. Por consiguiente, ni siquiera María, aunque fuera madre de Dios, fue eximida del dolor. La palabra clave que une al hijo con la madre -y después a los discípulos de él - es «obediencia» (v. 8). Cristo obedece en todo al Padre: su alimento es cumplir la voluntad del Padre; la voluntad del Padre envuelve toda la existencia humana, cubierta asimismo por Jesús de alegrías y dolores, encaminada por él a la muerte y a la resurrección. También María se dispone a obedecer a la voluntad de Dios, poniéndose a su disposición cual sierva del Señor, cuya Palabra pretende cumplir. La Palabra la conduce a lo largo de las etapas de un camino de dolor: una via matris dolorosae.
Evangelio: Lucas 2,33-35
En aquel tiempo,
33 su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él.
34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: -Mira, este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción,
35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos.
Esta minúscula perícopa de Lucas está situada en el centro de la «presentación de Jesús en el templo», donde sus padres cumplían las normas de la ley relativa a los recién nacidos. La palabra clave aquí es «espada» (v. 35b). La exégesis, consolidada por siglos de repetidas e idénticas referencias mariológicas, sondea todos los matices que se refractan de la imagen de la «espada de dolor». Siempre han sido llamadas «profecías de Simeón» las palabras de este hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel. Indudablemente, la imagen de la espada que traspasa el alma se plasma en un corazón traspasado; algunos acontecimientos evangélicos confirman una especie de preanuncio de sufrimientos y dolores que habrían hecho sufrir al corazón de la madre. Sin embargo, el sustantivo «espada» que traspasa remite a Heb 4,12: allí la espada representa la Palabra de Dios. También la palabra fatigosa, pero obedecida por Jesucristo, hijo de Dios y de María, es igualmente obedecida por su Madre, convertida asimismo por esa fatigosa obediencia en la Dolorosa.
MEDITATIO
Algún leccionario propone también como primera lectura para esta memoria de la Virgen de los Dolores el texto de Jdt 13,17b-20a: es el canto de bendición a Dios y a la mujer fuerte por la liberación del pueblo, que sufre y está atemorizado por la presencia de un peligroso enemigo; éste se convierte en cántico de bendición a María, «mediadora» de la salvación también a través de sus dolores.Se propone también como lectura Col 1,18-24, que es el repetido buen anuncio -«Evangelio»- de la reconciliación mediante la muerte de Cristo, al que puede asociarse todo discípulo completando en su propia carne lo que falta a su pasión: María es la primera que, sufriendo con su hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del salvador (cf. Lumen gentium 61).
Se propone, por último, el texto de Jn 19,25-27, fuente esencial para el desarrollo del recuerdo del dolor de María, confiada también como «dolorosa» al discípulo amado (no sólo el autobiógrafo Juan, sino todo el que sigue con un amor fiel a Cristo a todas partes), el cual «la tomó consigo», o sea, acogió la belleza de su estilo de discipulado y proximidad no exentos de encrucijadas de dolor.
El soporte para la meditación es generoso: una generosidad que no es extraña a la convicción o al menos a la sensación de la importancia de un tema y una realidad tan sensiblemente humana como es el dolor. El mensaje abierto por la Palabra bíblica confirma la subsistencia del dolor en la historia individual y colectiva de la humanidad, pero anuncia que el dolor habita también en el mundo divino, asumido en la encarnación por el mismo Hijo de Dios, Jesucristo, y compartido por su madre, una mujer en parte común y en parte singular como María. Mediante su experiencia de dolor, el dolor humano puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y servicio de amor.
ORATIO
Santa María, mujer del dolor, madre de los vivientes, salve. Nueva Eva, Virgen junto a la cruz, donde se consuma el amor y brota la vida.Madre de los discípulos, sé tú la imagen conductora en nuestro compromiso de servicio; enséñanos a permanecer contigo junto a las infinitas cruces donde todavía sigue siendo crucificado tu Hijo; enséñanos a vivir y a atestiguar el amor cristiano, acogiendo en cada hombre a un hermano; enséñanos a renunciar al opaco egoísmo para seguir a Cristo, única luz del hombre. Virgen de la pascua, gloria del Espíritu, acoge la oración de tus siervos.
CONTEMPLATIO
A Santa María, tanto en la tradición de la Iglesia como en la devoción popular, se la denomina y reconoce como la Dolorosa. La Dolorosa no es dogma de fe, o sea, una verdad revelada por Dios. El dolor de María fue una realidad de su vida terrena. Inmaculada, siempre virgen, madre de Dios y asunta configuran la verdad de la inmodificable identidad personal de María. El dolor fue una experiencia suya terrena: María fue y ya no es dolorosa. Sus dolores cesaron al final de su existencia terrena, como sucede con toda persona humana. Pero ella sigue estando junto a los que sufren: la Dolorosa continúa siendo madre de los que sufren. En esta función ejerce ella un magisterio. Los dolores padecidos en la tierra constituyen una compleción de la pasión de Cristo en beneficio de la Iglesia. La participación de María en la pasión del Señor se ha convertido en su modo de cooperar a la obra de la salvación llevada a cabo por él: también como dolorosa es María corredentora, es decir, «ha cooperado de un modo absolutamente especial en la obra del Salvador».ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo"» (Jn 19,26).PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La meditación sobre los siete dolores de la bienaventurada Virgen podrá expresarse fácilmente en términos actuales, en cuanto los comparemos con los múltiples sufrimientos por los que está marcada la vida hoy...Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Le 9,23; cf. Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres nada naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes [...].
En presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo (H. M. Moons, Con Mana accanto alia croce, Roma 1992, 19ss).